Mamá África

Un réquiem por Miriam Makeba.

POR Ángel Unfried

Enero 27 2021
Mamá África

Miriam Makeba (1932-2008) © William Cupon. Corbis

 

La mujer lleva trapos de colores envueltos en el cuerpo y la cabeza. Es negra, vieja y grande. Tiene muchos años encima y la voz intacta. Estamos en Castel Volturno en un concierto en contra de los crímenes y amenazas de la mafia napolitana. La mujer toma el micrófono y canta en inglés una canción festiva, el público se levanta y sigue la percusión con aplausos e intentos europeos de baile africano. Después de la cuarta canción, sube la temperatura, se agudizan los gritos, se acentúan los aplausos. La mujer suelta un largo suspiro y su pesado cuerpo cae sobre el escenario con el micrófono en la mano.
 
Vamos atrás: cuarenta años. La mujer lleva puesto un vestido de leopardo que apenas alcanza a apretar su gran culo. Es negra, bella y grande. Hace movimientos espasmódicos con el vientre hacia adelante y hacia atrás. De las tirantas del vestido le salen unos brazos fuertes terminados en unas manos enormes con las que marca el ritmo mientras canta –más precisamente gime– una canción en xhosa, su lengua nativa. 
 
Lo primero pasó hace dos semanas en Italia, lo segundo en un concierto en 1966 en Estocolmo. La primera canción se llama “Pata Pata”, la segunda “Amampondo”. La mujer es la misma, Miriam Makeba. Murió el 10 de noviembre de este año.
 
Era grande. La boca, los ojos, los dientes, el culo, los brazos, la voz, los años. Tenía 76 cuando murió. Había nacido en Johannesburgo en 1932 y crecido en Pretoria antes de comenzar a recorrer el mundo con su música. Su nombre era Zensile Makeba, pero se hizo famosa en el mundo como Miriam, su segundo nombre, aunque muchos africanos la siguen llamando Mamá África.
 
Durante su infancia y después desde un largo exilio de 31 años, su vida estuvo atada a ese continente. Con solo dos semanas de nacida, pasó los primeros meses de su vida en prisión junto a su madre. Después de seis meses, volvieron a la libertad, dejaron Johannesburgo y se mudaron al norte. Miriam tenía 16 años cuando comenzó el apartheid y tuvo que vivir en carne propia la segregación, soportando abusos en varios trabajos como empleada doméstica para familias blancas. Se refugió en la religión y la música hasta que comenzó su carrera con coros y pequeños grupos locales a principios de los años cincuenta. Después de hacerse un nombre junto a los Manhattan Brothers, conformó su propio grupo, The Skylarks, con el que logró abrir las puertas de grandes escenarios europeos y americanos a los ritmos tradicionales africanos al mezclarlos con jazz. Precisamente en esas giras, antes de cumplir los treinta años, comenzó a defender la causa por la que sería tan reconocida como por su música: la lucha contra el apartheid.
 
Después de ganar el Grammy a mejor grabación folk junto a Harry Belafonte y de testificar contra la segregación ante las Naciones Unidas, trató de regresar a Sudáfrica para asistir al funeral de su madre pero su pasaporte había sido anulado. Vivió el exilio en varios países europeos y después en Guinea, y obtuvo más de diez pasaportes como ciudadana honorífica. En 1974, en Zaire, cantó durante la histórica pelea “Estruendo en la Jungla”, en la que se enfrentaron Muhammad Ali y George Foreman. En los ochenta publicó su autobiografía, Makeba: mi historia, e hizo parte de la gira Graceland de Paul Simon. Después de obtener reconocimiento mundial como artista y varios premios a la paz por su gestión como vocera política, al fin pudo regresar a Sudáfrica en 1990 invitada por Nelson Mandela.
 
Desde que anunció su retiro de la música en 2005, los fanáticos que le reclamaban “Pero cómo te vas a retirar sin venir a despedirte de nosotros...” la hicieron comprometerse en una gira forzosamente interrumpida hace unas semanas.
 
Volvamos al principio: como parte de esa gira de despedidas, el 10 de noviembre de este año Miriam Makeba se presentó en Castel Volturno, Italia, en un concierto organizado por el periodista italiano Roberto Saviano a la memoria de seis inmigrantes ghaneses asesinados por la Camorra, la mafia napolitana. Del set de seis canciones que tenía preparado para esa noche solo alcanzó a cantar cuatro. Sufrió un infarto y se desplomó sobre el escenario. Un médico del público logró reanimarla por unos minutos con respiración boca a boca, pero cuando llegó la ambulancia, 15 minutos después, era demasiado tarde. La última canción que alcanzó a interpretar antes de morir fue su mayor éxito, el “Pata Pata”.
 
Murió cantando y defendiendo una causa: las dos cosas que hizo durante su vida. Su posición como primera gran estrella musical africana y su solidez como vocera política contra el apartheid le aseguraron un lugar en la historia de la música folclórica mundial y la convirtieron en un ícono para las negritudes en todo el mundo.
 
Atravesando las distancias –la geográfica, la del idioma y la del tiempo–, su voz se escucha en los picós y en las esquinas de los barrios populares de Cartagena y Barranquilla. Y como pasa con gran parte de la música africana que se tomó al Caribe colombiano, los fans locales balbucean letras que no entienden y castellanizan los nombres de las canciones como mejor les suenan.
 
Las guitarras suenan como sapos en la lluvia y la percusión no puede ser de otra parte que de África. Antes de morir, cuarenta años después del vestido de leopardo, Miriam Makeba ruge, gime, susurra, gruñe y canta. En medio de la ovación, el público que la ve desplomarse sobre la tarima con el micrófono en la mano no parece comprender que el concierto ha llegado a su fin y le pide, entre aplausos, gritos y pataleos, que cante otra canción.

ACERCA DEL AUTOR


Ángel Unfried

Fue director de la revista El Malpensante. Ha colaborado en Diners, Shock, Bacánika, La República y El Heraldo. Editor y relator de varios talleres de la FNPI.