Bosques de miel

La miel que madura en los Montes de María es el resultado de un equilibrio invisible que los apicultores de esta subregión se esfuerzan por entender y sostener. Los delicados ciclos del bosque y la migración de las abejas reina son apenas otro eslabón en un proceso de complicidades vegetales y humanas que endulzan las asperezas de la región y con las que Crepes&Waffles le sigue apostando a la sostenibilidad.

 

Ilustraciones de Raquel Páez Guzmán.

POR Diana Obando

Agosto 04 2023
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De acuerdo con algunas tradiciones campesinas del País Vasco y de Galicia, es preciso hablar con las abejas y ponerlas al corriente de los acontecimientos familiares para evitar que abandonen su colmena. Si no están a gusto y deciden irse, no hay cómo detenerlas. Los apicultores, entonces, les cuentan quién ha nacido y quién ha muerto, quién se ha casado o enfermado, y quién dejará la casa, para recordarles que son parte de la familia. Es posible que esta costumbre hunda sus raíces en tradiciones profanas que asociaban a las abejas con las almas humanas. Al conversar con ellas, los campesinos estarían hablando con sus muertos.

Las abejas, que desaparecían en invierno y trabajaban según el ritmo del bosque bajo un orden riguroso, eran para los antiguos una imagen fascinante de una sociedad utópica. “Una sociedad perfecta”, como dice José Ibáñez, que habla de ellas como se habla de la gente. José, quien trabaja como apicultor hace más de 45 años, lidera una de las asociaciones campesinas que, en la subregión de los Montes de María, participa en el proceso, no suficientemente valorado, que deriva en la miel que comemos. Él tiene hoy 70 años y recibió su primera colmena a los 14 como un regalo de su tío, quien fuera uno de los primeros campesinos de El Carmen de Bolívar en incursionar en la apicultura.

A finales de los años setenta, durante la bonanza marimbera en el Caribe colombiano, la necesidad de lavar el dinero trajo, entre otras cosas, la siembra de bosques maderables en la subregión. Se levantaron entonces vastos campos de caoba, ceiba roja y ceiba tolúa; y con el tiempo sus propietarios notaron que las abejas eran especialmente provechosas para el crecimiento y la propagación de los árboles, así que promovieron entre los campesinos la apicultura. De esta forma llegaron las primeras colmenas.

El tío de José había enviudado joven y sin hijos, y sintió la necesidad de transmitirle a alguien de su descendencia lo que estaba aprendiendo. Con esto en mente, pidió que le permitieran pasar tiempo con su sobrino para enseñarle los rudimentos de la apicultura. Así fue como empezó a relacionarse con las abejas siendo todavía un niño. Un año más tarde, su tío le daría la que vendría a ser su primera colmena.

Por eso mismo José, un hombre orgulloso de su ascendencia campesina, confía tanto en el conocimiento que ha adquirido a través de la experiencia y de sus investigaciones empíricas. Aunque ha compartido como igual con expertos académicos de todo el mundo en espacios formales, piensa que nada reemplaza la observación juiciosa y paciente de lo que sucede en cada territorio y de la forma en que las abejas se adaptan a él.

–A mí no me gusta depender de la literatura –dice José– porque las condiciones cambian mucho de un sitio a otro. Yo prefiero siempre contrastar con lo que veo. Hace años, por ejemplo, compartimos con apicultores del Bajo Cauca antioqueño, y es impresionante lo distinto que es el bosque allá.

En efecto, el Bajo Cauca guarda en su núcleo una importante estrella hidrográfica que contrasta con la sequía que puede arraigar en ciertas temporadas en los Montes de María, donde viven José y sus abejas. En esta subregión, llena de pequeñas montañas que se suceden y se remontan en lo que parece una marea mansa de tierra a lo largo de un valle relativamente parejo, crece el bosque seco tropical, uno de los ecosistemas más singulares y amenazados del mundo. En esta zona, los ciclos vitales de las plantas son muy marcados y están regidos por las intensas temporadas secas y las cortas temporadas de lluvia. Las abejas africanizadas, con las que mayormente trabajan los apicultores del lugar, han aprendido a prosperar y a recogerse según estos ciclos.

 

 

 

Entre noviembre y diciembre, durante las últimas precipitaciones de la estación lluviosa, el bosque seco tropical tiene una floración intensa, con el néctar más abundante y rico del año. Las abejas trabajan durante esta temporada con una materia excepcional, y las condiciones climáticas ayudan a que puedan manejar la miel con una humedad menor, lo que garantiza una conservación prolongada. Reducir la humedad, explica José, es esencial para evitar la proliferación de hongos y dilatar el tiempo de vida que tendrá la miel.

Durante el proceso por el que las abejas transforman el néctar en miel, este pierde un 95 % de humedad. En su viaje de regreso a la colmena, la abeja obrera elimina un 45 % mientras vuela. Después, regurgita el néctar en la boca de una abeja nodriza que reducirá entre un 20 y un 30 % más la humedad. Mientras mastica el néctar, la nodriza segrega unas enzimas que inician la transformación química que convierte esta materia en miel. El agua restante se elimina dentro de la colmena, cuya temperatura promedio es de unos rigurosos 35 °C. Agolpadas adentro, las abejas baten sus alas para regular la temperatura y la miel depositada en las celdas alcanza una saturación óptima. El clima, por supuesto, influirá en el resultado, y en los Montes de María las condiciones de humedad son especialmente benévolas durante noviembre y diciembre. Por este motivo, y por la floración intensa, los apicultores recogen en enero la cosecha más grande y de mayor calidad del año.

Entre abril y mayo, no obstante, puede haber una segunda cosecha, aunque de menor volumen y solo si el apicultor considera que sus colmenas tienen suficiente abundancia para no resentirla. En esta época del año “el bosque cambia su vestimenta”, dice José. Incluso si no hay lluvias, los árboles mudan de hojas y reverdecen. Durante este tiempo las abejas beben de la flora incipiente y, sobre todo, de la exudación del cuerpo de los árboles; no solo de las hojas que sudan bajo el sol abrasador, también de los troncos que otros insectos o pájaros rascan, y de los pecíolos, que unen el limbo de la hoja con el tallo de la planta y que quedan expuestos cuando los animales más grandes se alimentan del follaje. La miel que las abejas producen en esta temporada es mucho más clara, delgada y de una humedad muy fuerte. Sin embargo, como explica José, no es cierto que sea de mala calidad. Quienes así lo piensan, muchas veces cometen el error de someter la miel a un prolongado baño de maría para reducir su humedad. Así las moléculas se concentran y el líquido adquiere una apariencia más robusta. Con el calor, sin embargo, pierde propiedades esenciales.

–Por eso nosotros nunca sometemos la miel a ningún proceso además del natural. Simplemente la recogemos cuando está madura –explica José.

Este respeto por los tiempos naturales hace una enorme diferencia en la miel que producen José y los demás apicultores de las asociaciones de El Carmen de Bolívar que proveen, entre otros, a Crepes & Waffles. Asproaceb, Aspromontes, Agroroma y Coopimares son todas ellas organizaciones campesinas que producen miel en la región y que se han comprometido con el cuidado del bosque seco tropical como parte de los acuerdos que han entablado con Crepes & Waffles y con entidades como el Fondo Patrimonio Natural, que hace más de una década viene implementando iniciativas para estimular en las comunidades una cultura de la recuperación y conservación de los bosques nativos.

 

 

 

El bosque seco tropical se encuentra hoy especialmente amenazado debido a las altas temperaturas y los periodos de lluvia impredecibles causados por el cambio climático. A su vez, este fenómeno avanza a gran velocidad por cuenta de la propia degradación de los bosques que en muchos lugares van de camino a la desertificación. Vincular la compra de la miel al compromiso de conservar y restaurar los bosques es, en este sentido, una iniciativa relevante. Aunque no es una camisa de once varas ni una obligación, asegura Natalia Ocampo, jefe de sostenibilidad de Crepes & Waffles.

–No somos quién para decirle a la gente cómo hacer sus cosas, pero la idea siempre ha sido que el cuidado sea completo, redondo –agrega.

Además de la miel, Crepes & Waffles compra a estas asociaciones de El Carmen de Bolívar otros alimentos, en especial el fríjol cuarentano que, como otras legumbres, aporta nitrógeno a los suelos, lo cual contribuye a mantener la tierra fértil y menos cansada tras la cosecha. Entre otras razones, la siembra del fríjol y la apicultura se han priorizado por ser trabajos ya largamente conocidos por los campesinos de la región, porque se puede garantizar su compra y porque ambos coadyuvan a restaurar suelos y bosques. Las comunidades siembran árboles en lugares estratégicos y se comprometen a destinar una parte de su parcela a la conservación de bosques, es decir, a no talar ni sembrar en estas zonas, conteniendo la expansión de la frontera agropecuaria.

Los árboles nuevos, por ejemplo, se siembran cerca de jagüeyes comunitarios para que su presencia mitigue la evaporación del agua, previniendo su desecación, y también para llamar la lluvia. Los jagüeyes son depresiones naturales o pozos artificiales, de mediano o gran tamaño, que almacenan agua de escurrimientos superficiales o de venas subterráneas. Muchas veces se construyen cerca de un arroyo y son fuentes esenciales en tiempos de sequía, no solo para el riego de cultivos y para dar de beber a los animales, sino también incluso para las personas que en las temporadas secas más intensas llegan a pasar sed.

–Se decidió con la comunidad [que los árboles] se sembraran junto a los jagüeyes [pozos profundos] porque de esa manera tendrán un sentido concreto para la gente. Sembrar por sembrar no sirve –explica Natalia.

Estas iniciativas de conservación y restauración buscan entonces un círculo virtuoso de reciprocidades entre el bosque, los seres humanos y los animales. Las abejas, en este sentido, desempeñan un papel esencial: los árboles precisan de ellas para reproducirse y perdurar. El cuidado es redondo, como dice Natalia.

Sin embargo, la restauración y conservación de los bosques tiene un costo altísimo, tanto en dinero como en trabajo, y no carece de retos. Cuidar las plántulas recién sembradas y los árboles jóvenes es dispendioso. Sobre ambos influye con facilidad la sequía, así que los campesinos recorren largas distancias para regarlos y abonarlos. Las abejas, por su parte, son muy sensibles a los agroquímicos. Y aunque los campesinos vinculados a las asociaciones han desescalado su uso, el área de pecoreo de las abejas, el territorio donde recogen el néctar, tiene un radio de dos kilómetros cuyo centro es la colmena. Esto implica muchas conversaciones difíciles con los vecinos ajenos a las iniciativas, especialmente con quienes siembran tabaco, un cultivo que durante mucho tiempo dominó la región y que es intensamente fumigado. En Montes de María, donde la violencia paramilitar lo descompuso todo, las personas han ido encontrando formas de recomponer sus vidas, y en este gran espectro de resiliencias las abejas han propiciado conversaciones, acuerdos y una cultura de paz en lo pequeño y en lo cotidiano. A pesar de las dificultades, las asociaciones han ido creando, poco a poco, un corredor seguro donde las abejas pueden pecorear. Este corredor es especialmente importante para la danza nupcial, un acontecimiento por el que José Ibáñez transmite una fascinación sentida.

 

 

 

Cada abeja reina tiene un único vuelo nupcial en su vida. Es una expedición solitaria, de al menos cinco kilómetros, que emprende con el propósito de aparearse con los zánganos de otra colmena. Es esencial que suceda a una distancia prudente para evitar el incesto. Por eso el corredor debe contemplar, además del área de pecoreo, la distancia que ha de recorrer la reina durante el vuelo nupcial. Sin nuevas reinas fecundadas, no habría colmenas, y solo en tres casos se las cría. En el primero, si hay una muerte repentina de la reina, las abejas crían una “reina de emergencia”. En el segundo, si la reina existente está enferma, no produce huevos o sus feromonas son muy débiles para ser percibidas, las abejas hacen un juicio, tras el cual ella abandona la colmena para que críen una “reina de reemplazo”. En el tercer caso hay una “reina por enjambración”, con la diferencia de que entonces su crianza la habrá decidido la reina existente, en un momento de prosperidad excepcional, como una forma de multiplicar su prole más allá de su propia vida. Poco antes de que la siguiente reina nazca, la reina madre deja la colmena acompañada por su corte y encomienda a algunas nodrizas acompañar a su hija en la delicada transición de la colmena naciente. Algunas veces incluso la colmena de la hija dependerá durante un tiempo de los recursos de la colmena de su madre.

En todos los casos, las abejas amplían tres celdas en la orilla central de la colmena, mirando hacia el oriente; allí disponen unas larvas que las nodrizas alimentan únicamente con jalea real. Esto aumenta su tamaño y su esperanza de vida, de los 35 días de una abeja ordinaria a unos cinco o seis años. El nacimiento y el proceso de crecimiento es siempre el mismo. La reina nace a los dieciséis días, cuando la larva por fin es abeja, y la primera de las tres reinas potenciales en nacer mata a sus hermanas. Del día dieciséis al veinte, la corte hace un inventario de la colmena y de las condiciones del área de pecoreo, y se lo comunica a su nueva reina con danzas. Del día veinte al veintitrés, la reina sale por primera vez de la colmena y hace un vuelo de reconocimiento “para entender sus coordenadas, en qué lugar del mundo se encuentra”, explica José. Y entre el día veintitrés y el veintisiete, emprende el vuelo nupcial. Para entonces, muchas de sus hermanas han muerto (las abejas viven un máximo de 35 días).

Las sobrevivientes eligen a un puñado de obreras, de entre las más aptas, para que acompañen a su reina en un vuelo de cinco kilómetros al que no sobrevivirán, pues están habituadas a recorridos que nunca superan los cuatro kilómetros de ida y regreso. La reina, tras aparearse con un número impar de zánganos, regresa escoltada por un pequeño grupo de abejas de la colmena de sus consortes que, a su vez, morirán en el camino o al llegar.

Nunca como entonces una colmena es tan frágil. Durante los 52 días que transcurren, mientras la larva se transforma en reina, madura, realiza su vuelo nupcial, regresa, pone sus huevos y estos finalmente se convierten en una nueva generación de abejas, los apicultores acompañan su nacimiento trayendo larvas de otras colmenas para que la población no llegue a niveles críticos, y supliendo las necesidades que humanamente pueden cubrir.

El enorme trabajo implicado en el proceso de producción de la miel involucra también a las personas que lo asisten, en el doble sentido de acompañarlo y de presenciarlo con fascinación. En El Carmen de Bolívar, los apicultores recorren largas distancias con ahumadores, rejillas y todo el equipo necesario a cuestas, pues las colmenas están siempre alejadas de las casas y son comunitarias, así que algunos hacen largos caminos a pie desde sus fincas. Adicionalmente, usan trajes pesados y casi herméticos, dentro de los cuales llegan a percibir temperaturas de 42 °C; y aun así, muchas veces sufren picaduras porque las colmenas son en su mayoría de abejas africanizadas. Las abejas nativas, de las que siempre tienen alguna colmena, como la angelita, la cargabarro o la boca de sapo, producen entre uno y dos kilos de miel al año, frente a los 35 y hasta 80 que pueden producir las africanizadas.

Tras la cosecha, viene además el trabajo de acopio y el procesamiento y empaque de productos como el propóleo, la cera y el polen, además de la miel. Un proceso largo que José Ibáñez describirá en un libro donde espera incluir todo lo que sabe sobre la miel y las abejas. José, que apenas usa un sombrero con malla cuando cosecha porque las abejas lo reconocen y no lo pican, incluso en colmenas que nunca ha visitado, escribirá un libro maravilloso. A él agradezco la mayoría de la información aquí trazada, y la que compartió generosamente y no cupo en estas páginas.

Entre los datos que se quedaron en los márgenes, hay uno sobre el que quisiera volver para cerrar este breve esfuerzo por describir el intrincado proceso vegetal, atmosférico, animal y humano por el que se produce la miel. Como lo explica José Ibáñez, las abejas pueden ver en el vientre oscuro de sus colmenas porque sus ojos perciben los rayos gama y la luz ultravioleta. Y sucede que las flores tienen en su corola un color solo visible con la descomposición ultravioleta que resalta con fuerza cuando están cargadas de miel. Además, las plantas producen un tipo de electricidad que cambia de polaridad según haya mucho o poco néctar en sus flores. Esta electricidad reacciona a la carga que emanan las propias abejas. Así las repelen o atraen, y el pecoreo sucede razonablemente sin que el néctar de ninguna flor se desperdicie o haya alguna que se vacíe de golpe.

Un equilibrio literalmente invisible a los ojos humanos, y apenas uno de los aspectos de un orden que nos recuerda todas las reciprocidades que se tejen en torno al agua, a la floración del bosque seco tropical, a esa pequeña catástrofe que es la muerte de una abeja reina y a los largos trayectos de los apicultores bajo el sol; eventos imperceptibles que sostienen nuestra existencia.

 

 

 

 

Sobre LA MIEL  y  Crepes&Waffles

 

La miel de Crepes & Waffles brota de los apiarios del Bosque de los Mil Colores, un reducto del menguado bosque seco tropical en los Montes de María. Cocida naturalmente al interior de las colmenas, y con matices multiflorales y de caramelo tostado, la Miel de Bosque, nombre oficial del producto, es un aderezo para helados, gofres, pancakes de ahuyama y el clásico waffle de mantequilla y miel. Asimismo, endulza su té chai y es la base de algunas vinagretas que acompañan sus ensaladas.
 

Como otros, este producto llega al menú gracias a esfuerzos mancomunados. Con el apoyo del Fondo Patrimonio Natural y la Fundación Crecer en Paz, las asociaciones campesinas de apicultores resguardan los casi 52 millones de abejas que habitan la zona y asisten el proceso de producción de la miel. El trabajo con la comunidad ha generado alianzas y desarrollo económico en una región que poco a poco se recupera de los efectos de la guerra. Y, a su vez, se ha convertido en un mecanismo de concientización y conservación del bosque y los corredores que permiten a las abejas el pecoreo, así como otras funciones vitales para mantener el equilibrio natural y, desde luego, asegurar nuestra subsistencia.

 

ACERCA DEL AUTOR


(Bogotá, 1987). Politóloga y magíster en escrituras creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Ha trabajado como escritora para proyectos de memoria histórica y reparación colectiva. Ganadora del Premio Nacional Elisa Mújica 2o22. Autora de Plantas de ciudad (2022) y Erial (2023). Vive en Popayán, Cauca.